El sabio doctor Fausto aspira al conocimiento absoluto y "pide al cielo
sus más hermosas estrellas y a la Tierra cada uno de sus goces más
sublimes; y ninguna cosa, próxima ni lejana, basta para satisfacer su
corazón profundamente agitado"; así está definido este personaje en el
Prólogo en el cielo. Allí mismo, el Señor autoriza a Mefistófeles -el
espíritu de negación, quien no comprende y se burla de las altas
aspiraciones de Fausto- a tentar al estudioso y apartarlo de su recto
camino, pues Dios confía en la victoria de Fausto en la prueba.
Mefistófeles, el mal, es solo una parte de la creación -y no una fuerza
independiente, como piensa ser-, un elemento necesario puesto por el
Señor en la Tierra para aguijonear al hombre y mantenerlo en constante
actividad (pues por medio de la acción se salva el ser humano y esto
constituye la base de la filosofía fáustica postulada por Goethe).
Fausto, luego de haber estudiado a fondo filosofía, jurisprudencia, medicina, teología y magia, llega a la conclusión de que "nada podemos saber", pues su anhelo es "conocer lo mas intimo del universo, toda fuerza activa y todo germen", sin tener necesidad de recurrir a los libros, a ese "trafico de huecas palabras". El precio pagado por ello es demasiado alto: la vida misma, pues por dedicarse al estudio, "me ha sido arrebatada toda clase de goces". Desengañado y envejecido, deplora todo cuanto antes le atraía: laboratorio, libros, papeles, esqueletos y aparatos, pues ahora piensa que solo son "humo, polvo y podredumbre", un mundo artificial y muerto; el aspira al contacto directo con la naturaleza para "coger sus pechos, manantiales de toda vida".
Por otra parte, la actividad incesante y renovadora, la agitación febril, la energía trabajando "en el zumbador telar del tiempo, tejiendo el viviente ropaje de la Divinidad" es la naturaleza misma.
Desesperado, piensa en el suicidio, en un afán por fundirse con esa armonía celeste y conocer, al fin, el misterio que encierra, "aun a riesgo de abismarse en la nada".
Esta profunda obra refleja el curso simbólico de la vida del hombre superior, quien para desarrollar plenamente todas sus posibilidades debe pasar sobre la tragedia de Margarita -encarnación del eterno femenino- e ir mas allá de sus aspiraciones terrenales, de ahí el germen de su angustia y culpabilidad.
Hay en Fausto un despliegue de intensas emociones humanas (tormento, desesperación, amor, ternura, desolación, sufrimiento, dolor) y estéticas (poesía y hondo dramatismo), a la par que una profunda filosofía. Por todo ello, Goethe dio nombre a su época y en su Fausto encarna el espíritu universal.
La obra fue continuada en el Segundo Fausto, de muy desigual valor literario; por ello permanece casi olvidada por la crítica.
Fausto, luego de haber estudiado a fondo filosofía, jurisprudencia, medicina, teología y magia, llega a la conclusión de que "nada podemos saber", pues su anhelo es "conocer lo mas intimo del universo, toda fuerza activa y todo germen", sin tener necesidad de recurrir a los libros, a ese "trafico de huecas palabras". El precio pagado por ello es demasiado alto: la vida misma, pues por dedicarse al estudio, "me ha sido arrebatada toda clase de goces". Desengañado y envejecido, deplora todo cuanto antes le atraía: laboratorio, libros, papeles, esqueletos y aparatos, pues ahora piensa que solo son "humo, polvo y podredumbre", un mundo artificial y muerto; el aspira al contacto directo con la naturaleza para "coger sus pechos, manantiales de toda vida".
Por otra parte, la actividad incesante y renovadora, la agitación febril, la energía trabajando "en el zumbador telar del tiempo, tejiendo el viviente ropaje de la Divinidad" es la naturaleza misma.
Desesperado, piensa en el suicidio, en un afán por fundirse con esa armonía celeste y conocer, al fin, el misterio que encierra, "aun a riesgo de abismarse en la nada".
Esta profunda obra refleja el curso simbólico de la vida del hombre superior, quien para desarrollar plenamente todas sus posibilidades debe pasar sobre la tragedia de Margarita -encarnación del eterno femenino- e ir mas allá de sus aspiraciones terrenales, de ahí el germen de su angustia y culpabilidad.
Hay en Fausto un despliegue de intensas emociones humanas (tormento, desesperación, amor, ternura, desolación, sufrimiento, dolor) y estéticas (poesía y hondo dramatismo), a la par que una profunda filosofía. Por todo ello, Goethe dio nombre a su época y en su Fausto encarna el espíritu universal.
La obra fue continuada en el Segundo Fausto, de muy desigual valor literario; por ello permanece casi olvidada por la crítica.
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